Figura anómala

 


En aquel tiempo estaba viviendo una de las etapas más difíciles de mi vida. Cada día que pasaba sentía que me volvería loco. En mi nuevo barrio (Adrogué) nadie me quería. Era el tipo raro que deambulaba y ponía música por las madrugadas interrumpiendo el sueño de los vecinos del edificio. Creo que todos me odiaban, menos Víctor, un vecino de enfrente que siempre me saludaba amablemente, me preguntaba cómo estaba, cómo me trataba la vida y ese tipo de cosas. En repetidas ocasiones me regaló postres que él mismo cocinaba. De todas maneras yo seguía inmerso en mi mundo, en mi obsesión. Estaba enamorado de una chica, con sinceras y desmesuradas intenciones de protegerla y salvarla de un destino trágico que era inminente. Mi Polaroid ya me lo había dicho hacía un tiempo. Pese a esto, jamás pude haber tenido algo con ella. Mi obsesión fue tan grande que terminó denunciándome por acoso y al día siguiente me interrogaría la policía.

Antes de mudarme a Adrogué, estaba viviendo en Longchamps. Desde mi adolescencia que conservaba mi cámara Polaroid SX-70, un exitoso modelo —con records de ventas— con el que cada foto se revelaba instantáneamente. En aquella época me gustaba otra chica. Una rubia que era un sueño y vivía frente a mi casa. Era un par de años más chica que yo. Todos los días pasaba por la vereda, cargando su mochila y esas valijas que usan todos los estudiantes de arquitectura para guardar el tablero de dibujo técnico. Hacía un par de semanas que yo había cortado con mi ex y estaba en esa etapa en la que uno quiere disfrutar de su libertad. De todas formas tenía conocimiento de que la rubia tenía ni más ni menos que cuatro hermanos mayores. No había chance. Era como si estuviera rodeada de perros salvajes y guardabosques al acecho que me matarían ante un mínimo intento de acercamiento. Además me quedaba poco tiempo en el barrio porque ya tenía arreglado un cambio de trabajo y en unos días me mudaría. Entonces, decidí que si no podía tener algo con ella al menos la inmortalizaría de alguna manera, por lo que empecé a sacarle fotos desde mi ventana.

Estuve una semana entera fotografiándola desde distintos ángulos. En todas las fotos se veía bellísima. Entre ellas hubo una que llamó mi atención. Se llegaba a distinguir vagamente una figura encorvada detrás de ella. Intrigado, me puse los lentes para ver mejor y noté que la silueta despedía algo desde sus entrañas: un vapor sutil, malsano, de un tono grisáceo. Con solo notarlo tuve un sentimiento de  recelo, pero con bastante seguridad de que se trataba de un mal augurio. No obstante, pronto me di cuenta que la figura aparecía en muchas de las fotos. A medida que las comparaba, aquel vapor parecía adquirir espesor y una forma incierta que sugería un aura maligna. No sabía con exactitud qué era. Solo pude intuir que se trataba de una especie de espectro desagradable y que por algún motivo había sido expuesto en aquellas fotos.

Me mantuve expectante como siempre, desde mi ventana, pero la chica no apareció. Pensé que quizás se había enfermado y estaba faltando a la facultad. No le di mayor importancia. Pasaron dos semanas y todavía no tenía noticias sobre su paradero. Una tarde vi que un patrullero estacionó en su puerta y un oficial se bajó. Entró a su casa y estuvo un rato largo, hasta que lo vi salir y marcharse. Algo me olía mal, por ende, decidí que cruzaría la calle y golpearía a su puerta: una señora mayor con grandes ojeras y apariencia descuidada me atendió. Le pregunté sobre la chica rubia y con una expresión de profunda tristeza me dijo que había fallecido el día anterior. Por un momento me quedé sin palabras y ambos guardamos silencio. Después, le pregunté qué parentesco tenía con ella y me dijo que era su madre. Le dije que lo lamentaba mucho y le pregunté qué le había pasado exactamente. Dijo que era causa dudosa de muerte y que la policía todavía estaba investigando. La habían encontrado en un descampado a unas cinco cuadras del cuartel de bomberos. En aquel momento pensé en la figura encorvada, pero decidí no decirle nada. Necesitaba pensar antes de decir algo equívoco. Una posible relación entre el espectro y la muerte de la chica era algo un tanto inconcebible. Sin más, le di mi pésame y me fui para mi casa.

Unos días más tarde, terminé con la mudanza y finalmente me instalé en mi nuevo departamento de Adrogué. Estaba ubicado en una zona muy pintoresca de calles con empedrado, llena de árboles y casas con grandes jardines. Mi nuevo trabajo se trataba de un puesto de gerente comercial para una empresa alimenticia. Los primeros meses fueron duros y tuve que adaptarme a la fuerza. Trabajaba muchas horas y llegaba agotado y con la cabeza un tanto aturdida. Siempre buscaba mi momento de relajación del día y me sentaba en el balcón con una cerveza y disfrutaba de la vista de mi nuevo barrio. Con el correr de los días otra chica iba a deslumbrarme. Otra vez una vecina. Vivía en el sexto piso del edificio de al lado y se llamaba Karen, dato que pude obtener gracias al portero de mi edificio. Los porteros siempre saben todo. Era pelirroja, de piel muy blanca y con algunas pecas en sus mejillas. Las instantáneas de mi Polaroid no se hicieron esperar y esta vez estaba decidido a acercarme, pero cuando observé las imágenes, otra vez noté lo indeseable. Creo que inconscientemente sabía que era una posibilidad factible que aquella figura apareciera nuevamente y estuve sopesando sobre eso en mi interior, pero me mantuve algo escéptico. Enseguida comencé a sentir culpa y a la vez un profundo rechazo hacia aquella figura siniestra. De algún modo supe que ella estaba en peligro y quería asegurarme de que nada malo le sucediera.

Anatomía los lunes a las ocho de la mañana. Bioética, los martes a las dos de la tarde. Medicina familiar, los miércoles a las ocho. Biología celular, embriología y genética, los viernes a las diez de la mañana. Me aprendí todos los horarios de cursada de Karen. También me enteraba si sacaba turno en el salón de belleza o en el médico, o si tenía que ir a la peluquería. Sabía que los fines de semana iba a un bar del centro y que visitaba a unas amigas que vivían por Mármol. Mi cámara y yo la seguíamos para todos lados. La aparición del espectro seguía en la mayor parte de las fotos. Cuando la fotografiaba llegué a la conclusión de que la figura aparecía únicamente en las imágenes. Cuando me encargué de mirar por fuera del lente de la cámara, no pude ver nada más que a ella. Entretanto, me había encargado de recopilar una serie de libros de la biblioteca pública de Adrogué. Estuve obsesionado de tal manera que pasaba noches en vela leyendo sobre espiritismo y demonología. Quería asegurarme minuciosamente de que sabía cómo lidiar con la situación incómoda que estaba viviendo. Casi no comía y dormía muy poco. Llegué a cierto punto en el que no podía evitar preguntarme si estaba perdiendo la cordura. Supe con convicción que algo andaba mal en mi cabeza, porque con el correr de los días afloró en mí un sentimiento de completa desolación y un convencimiento extremadamente pavoroso de que la vida en sí misma era carente de sentido. Esa sensación me acompañaba mientras que mi apetito por descubrir el misterio de ese diabólico espectro aumentaba día a día. Tal vez por esto siempre ponía música a todo volumen como una forma poco efectiva de abstraerme de mis descarnadas sensaciones. Con el tiempo Karen empezó a percibir que la seguía a todos lados y en varias oportunidades la noté muy molesta. Apenas se daba cuenta de mi presencia, empezaba a caminar más rápido y se alejaba. Entonces decidí que tenía que presentarme y explicarle por qué lo hacía. Un día a la salida de la facultad pude persuadirla a que se detenga para hablarle. Le mostré las fotos y me dijo que podían estar trucadas de alguna manera. Intenté convencerla de que era real y que yo solo intentaba protegerla, pero me ignoró.

Cuando se cansó de mi persecución sucedió lo inesperado para mí, al menos en aquel entonces. La policía me tocó el timbre. Abrí la puerta y me comunicaron que me habían denunciado por acoso criminal a Karen Villafañe. Me citaron a declarar al día siguiente. A pesar de esto, me mantuve firme. No sabía cómo, pero tenía que atrapar a esa cosa abominable. La noche anterior a declarar estaba leyendo mientras me cuestionaba mi bienestar psicológico y alguien tocó mi timbre. Era Víctor, aquel vecino que me trataba mejor que nadie. Me resultó raro el horario porque nunca pasaba por la madrugada, pero le dije que me esperara abajo. Supuse que —como era habitual— me traería algo para comer, pero no fue así. Cuando lo recibí me dijo que no sabía qué hacer y que estaba preocupado por mí, pero no sabía si mostrarme lo que tenía guardado. Me quedé mirándolo con incredulidad y le dije que me estaba matando de la intriga. Vaciló un instante y sacó de su bolsillo un montón de fotos instantáneas, idénticas a las de mi cámara. Les había hecho un agujero en el vértice izquierdo, atravesándolas con uno de esos ganchos metálicos (para las carpetas de la escuela). En todas las fotos estaba yo. En algunas me encontraba caminando por el barrio, o frente al bar que frecuentaba Karen, o en el hall de la facultad de medicina. Arrojé a Víctor una mirada de ligera desconfianza, pero me pidió que las observara detenidamente. Me puse los lentes para ver mejor: detrás de mí estaba esa figura encorvada despidiendo su vapor grisáceo que emanaba un fuerte resplandor. A medida que iba pasando foto por foto el espectro avanzaba y se acercaba cada vez más. Su vapor pasaba a ser amarillento y tornasolado y se posaba poco a poco de manera anómala delante de mí, hasta hacerme desaparecer.

Le agradecí y conservé las fotos. Lo que acababa de ver tenía algún significado que era bastante evidente, pero que yo no quería comprender. Quizás era un mecanismo de defensa propio de alguien que se ve acorralado por una fuerza sobrenatural. Quizás era el miedo con letras mayúsculas, crudas, aberrantes, que trastornaba mi ser de una forma pavorosa. Le dije que quería estar un rato solo. Necesitaba aire fresco. Salí a caminar y llegué a la plaza principal del barrio. El cielo estaba oscuro e inmaculado y las estrellas exuberantes brillaban más que nunca. Entre dos grandes árboles de la plaza pude distinguir a la figura encorvada. Parecía caminar erráticamente y sin sentido. Luego veía que se detenía y parecía observarme. Me observaba, pero sin ojos. Escuchaba mi respiración cada vez más acelerada, pero sin oídos. Mientras la figura se acercaba, un sonido me distrajo y pude  ver que un grupo de aves con plumaje negro (semejantes a un cuervo) volaban a una altura media. La personificación del horror se posaba delante de mis narices. Me habló y me dijo que me quedaba poco tiempo. Creo que fue algo telepático, porque en ningún momento pude oír voz alguna. Me dijo: “Tenés que eliminar a Karen Villafañe y escapar. Te doy doce horas para concretarlo. Si no lo haces, voy a venir a buscarte y te voy a llevar conmigo. Tu vida en este mundo terminará para siempre.”

 

******

Estoy en mi departamento sin saber qué hacer. La figura me obliga a matar a un ser humano, cosa que jamás hice y jamás pensé hacer. Pero me incita a pensarlo, a quebrantar todos los valores éticos y morales que formaron parte de mi vida y siguen vigentes, pero ahora penden de un hilo. Faltan veinte minutos para que se cumplan las doce horas de plazo. Espero que haya sido todo un mal sueño, solo un horrible sueño.


Comentarios

  1. Es un relato atrapante... Mientras lo leía tenía la sensación de estar en un tren que parte lentamente de la estación y que poco a poco va adquiriendo una enorme velocidad... Muy bueno!!!

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    1. Hola! Te agradezco mucho por tomarte el tiempo de leerlo y por tu comentario. Me alegra mucho saber que te atrapó!! Saludos!!!

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