La monotonía de mis días
Llegué a la capital desde La
Pampa porque allá no me quedaba nada ni nadie. Alquilé la pensión y al
principio no fue fácil. Algo me vieron para elegirme para este trabajo. Quizás
notaron mi fanatismo por las películas porque de tanto en tanto lanzo una
referencia cinematográfica. Pusieron cebo en las dos salas que se encuentran a
mi cargo. No he visto ratas por acá, pero parece que alguien corrió el rumor y
el dueño bajó la orden. El cebo sigue intacto desde hace días. El muchacho de
la empresa encargada de desratizar dijo que una vez que la rata reina lo come,
demora diez días en morir, así las otras van picoteando con confianza en el
interín y, por consiguiente, también mueren más tarde.
Mi vida va transcurriendo
acá, en este viejo cine, y parece que se me escapa. Ya sin familia ni amigos,
es dura. Necesito imperiosamente un amigo. Es un poco tedioso desenvolverme en
esta realidad llena de sombras, las nocturnas, las diurnas, las de la sala
cuando se proyecta una película. En eso se manifiesta una dualidad. Puedo
disfrutar de lo que más me gusta. Ese es el jugo que puedo fagocitar, ver
películas. Algunas repetidas y otras desconocidas. Me gustan más las clásicas.
Siempre me gustó más lo clásico. Y ahora que lo pienso, también disfruto de las
caminatas nocturnas cuando termino mi turno. Salir tarde, encontrar las calles
vacías, me hace sentir seguro. Pero cuando recuerdo La Pampa, las miradas de
mis padres, el sonido de sus voces, mis amigos, todo eso que ya no existe, me siento
incapaz de poder generar algo útil. Ahora, en este plano, tengo que lidiar con
la ausencia de las cosas. Siento que eso me incapacita. Podría hacer tantas
cosas, realizaciones numerosas, magnas. Podría crear tanto… Y, sin embargo, me
hallo ejercitado para hacer, y luego todo se derrumba, algo me empuja y no me
permite avanzar. Es sentirse apto e incapaz al mismo tiempo. La voluptuosidad
de esta negrura me agota día tras día y a pesar de ello sigo con mis tareas
habituales.
Hoy es Navidad y ya cumplí mi
turno. Cierro la puerta trasera y levanto las bolsas y las llevo al canasto de
basura. Ya son más de las dos, pero siguen los estruendos. Salgo y camino
despacio, rumiando. Puedo ver las luces de las cañitas voladoras en el cielo
liso y negro de la noche. El barullo de la gente se escucha desde las casas.
Algunos están en sobremesa en los patios y jardines, otros se sientan en las
veredas a charlar y tomar algo. Llego a casa. Mis plantas siguen lindas como
siempre. Mi gato maúlla y le doy de comer en su platito, le renuevo el agua.
Abro la ventana y me siento en el sofá. Enciendo un cigarrillo. Mañana será
otro día más en el cine. ¿Me encontraré una rata entre las butacas? Lo más
probable es que cumpla otro turno más, tan peligrosamente idéntico a los anteriores.
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