Palmadas

 


En el pueblo es todo bastante monótono. Los fines de semana con mis amigos hacemos toda clase de cosas para pasar el rato. Vendemos las latas de gaseosa que nos van sobrando con el tiempo: vamos al negocio del viejo Guidara y nos da unas pocas monedas por cada una. Cuando tenemos suficientes, las gastamos en golosinas o en autitos de colección, nada muy caro. El otro día Fabio y Gambeta me dijeron que tenían una idea: ahorrar y hacer una vaquita para comprar un cuchillo de caza y así poder carnear liebres o perdices y venderlas en el almacén de Tito Falardi. Les dije que lo iba a pensar, aunque ya estoy ahorrando. Lo que nos hace falta y no podemos comprar por ser muy caro es un rifle, les dije.  A mi tío León, que es carpintero por vocación, siempre le gustó salir a cazar. En su casa tiene una vitrina de madera y vidrio donde expone su colección de rifles y carabinas. Podría pedirle que me preste uno. 

Ahora es noche cerrada y el ruido de los autos y los pájaros se ha muerto hasta mañana. Mamá y papá están durmiendo en cuartos separados porque anoche se pelearon. Papá fue a parar al cuarto que dejó libre Roli, mi hermano mayor que se casó y se fue a vivir a la capital. Consiguió trabajo en una empresa y todo. Escucho ruido que viene de la cocina. Me asomo por la puerta: es mi madre que se está moviendo en la penumbra. No me resulta raro porque hace años que tiene insomnio. Enciende una hornalla. Desde acá alcanzo a ver que de tanto en tanto la llamita del fuego le ilumina su cara regordeta.

 

—Anda a dormir, Tulio.

 

Vuelvo a mi pieza y mientras camino pienso en que definitivamente le voy a pedir el rifle al tío León. Mañana les voy a decir a Fabio y a Gambeta. El plan será, una vez que consiga el arma, salir bien temprano a eso de las cinco de la mañana cuando todavía sea de noche, y volver antes de las siete que es la hora en que todo el pueblo se levanta. No queremos buscarnos problemas. Si alguno bate que vio a un menor de edad disparando, se puede armar la podrida.

Ya estoy en la casa del tío León. Tomamos unos mates como siempre sentados en la vereda a la sombra del viejo álamo. Todavía conserva las sillas que compró en un remate de Ayacucho. Siempre le gustó tenerlas en el porche y sacarlas a la vereda. Mirar los atardeceres tomando algo. El tío me dice que tiene que terminar un trabajo y lo acompaño hasta su taller que está en la cochera de la casa. Entramos. La tarde ya está cayendo y los rayos del sol casi dormido se cuelan por las ventanas de la puerta, resplandores suaves y ambarinos. Sobre la mesa de carpintero resquebrajada hay un martillo, un juego de limas, escuadras metálicas, una cinta métrica y un lápiz grueso. A su lado hay una máquina con correas llena de aserrín.

 

—Tío, te quería pedir algo.

—Sí, decime.

 

Mi tío deja de limar la madera y sopla la mesa para sacar el polvillo.

 

—Con Fabio y Gambeta queríamos salir a cazar ¿Viste? Y…

—Agarra la carabina más chiquita —me interrumpe el tío— que tiene detalles en bronce.

 

Lo miro un poco desconcertado. Pensé que se iba a negar rotundamente. El tío León nunca le prestó sus armas a nadie. Saca de su bolsillo un par de llaves pequeñas y me las da. Salgo del taller mientras vuelve a poner su atención en la madera y la lima. Entro por la puerta trasera que tiene mosquitero y se cierra sola. Paso por la cocina y de ahí llego al living donde está la vitrina del tío León. Saco las llaves y abro la cerradura. Vamos a salir a cazar. Vamos a sentir que ya somos hombrecitos con un propósito definido en la vida. Vuelvo al taller y mi tío me da una funda grande para guardar el arma. Me acompaña caminando hasta casa. En el camino no hablamos y me despide con dos suaves palmadas en la mejilla.

Estoy en la esquina de la cruz (una famosa esquina donde erigieron una cruz de madera en memoria del mejor intendente que ha tenido nuestro partido) contándoles a los pibes que tengo en mi poder una carabina del tío León: no lo pueden creer. En sus caras se les nota la alegría. Ríen con desparpajo, se abrazan y se dan palmadas en la espalda. Acordamos nuestro encuentro para mañana a las cinco de la mañana en una manzana baldía que se suele usar para fiestas de la tradición y a veces llegan dos o tres camiones y despliegan la carpa para el circo. Cuando iba, siempre me quedaba mirando a una de las trapecistas. Era preciosa. Tenía la piel bronceada y los ojos azules. En ese lugar hay un santuario de la Difunta Correa lleno de botellas y flores.

Estoy saliendo de casa. Mamá duerme. Papá no está. Arrimo bien despacio la puertita de madera de la entrada que siempre hace chirridos porque está oxidada. Todavía es de noche y está estrellado y fresco. Camino por la vereda y veo que una persona viene en bicicleta por la calle. Es el canillita. Va con la mirada hacia el frente y parece no notar mi presencia. Sigo caminando. Llego hasta una calle sin asfaltar y mis pasos hacen ruido por el pedregullo. A lo lejos diviso la manzana baldía y a dos cuerpos oscuros que son Fabio y Gambeta. Ahora los saludo, las manos yertas, frías. Acomodo el tirante de la funda de la carabina y la cargo sobre mi otro hombro. Está empezando a clarear y se acerca el momento de cazar. Vamos a esperar con paciencia como hombrecitos que vamos a ser, si Dios quiere.

Cuando veo una perdiz, escucho un grito por detrás. Volteo y veo a tres pibes con navajas. Nos quieren afanar. Disparo. Uno de ellos cae seco sobre el yuyal. Los demás se van corriendo.

 

******

 

La familia del chorro me quiere linchar. Lógico, les maté a su hijo. No puedo salir de casa porque siempre hay alguno esperándome. Mandan a otros integrantes de la familia, primos, abuelos, tíos abuelos, padrinos, y hacen guardia. Día y noche me tienen rodeado y vivo encerrado con mamá y papá (cuando está en casa). Se comenta que la policía fue a la casa del tío León y que averiguaron que no tenía permiso de tenencia de armas de fuego ni nada. Dicen que tiene todas las de perder en el juicio. Mamá me cocina, pero casi nunca me mira a los ojos. Siento que está enojada conmigo por lo que hice por más que yo le haya explicado que eran chorros, que no me quedó otra opción, que es lo que me salió en el momento.  Hoy volvió de hacer las compras y me dijo que escuchó en el almacén de Tito Falardi que la familia del chorro está organizando una marcha para pedir justicia. Que van a salir todos con antorchas y palos y que si no tienen respuesta de la policía van a hacer las cosas por las malas. Tengo miedo de que vengan a romper nuestra casa, o la del tío León. Cuando papá está en casa me mira como con pena, se acerca por detrás, apoya sus manos en mis hombros y me da unas palmadas. De vez en cuando vienen a visitarme Fabio y Gambeta. Cuando salen de mi casa les tiran piedras y empiezan a correr. Sus piernas ligeras parecen levitar.

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