Monte Perumé



Soy prisionero y mi destino es nefasto y mi sufrimiento va en aumento. Ya no tengo fuerzas para incorporarme y mis brazos encadenados están acalambrados. Tengo hambre y no he bebido nada en este tiempo. Un guardia abrió la puerta del calabozo y una silueta asomaba por detrás. Era el rey. En veinticuatro horas voy a ser ejecutado, sí, ejecutado. Estoy desolado y desearía pertenecer a la alta alcurnia pero debo pensar en ella ¡No dejaré de pensar en ella! Porque de esa manera estaré preparado para mi deceso. Ella no tiene la culpa, el problema fui yo. Fui yo el que la miró aquel día cuando bajaba de su caballo. Fui yo el que la siguió por la noche, cabalgando hasta el Monte Perumé y lo fue convirtiendo en nuestro lugar. Fui yo el que le envió cartas por medio de aquel mensajero ¡Traidor! Si no fuera por él yo no estaría esperando mi final porque se supone que un mensajero debe ser confiable y sin dudas ha leído aquellas cartas ¿Cómo se puede ser tan inmoral? ¡Pero tenes que pensar en ella, estúpido! Sí, eso dije hace un minuto. 

No olvidaré las bellas puestas del sol que contemplábamos juntos mientras el viento otoñal acariciaba las copas de los árboles y el tono anaranjado del cielo teñía su piel y las promesas de una vida eterna y los sueños de vivir alejados de todo el mundo consumían casi todo el tiempo que teníamos para vernos. Pero el final era inevitable y la verdad no sé qué hago pensando esto si la puerta del calabozo se abrió y ella no me miró a los ojos hasta que con voz suave y casi inaudible me pidió perdón. Dio media vuelta y empezó a desaparecer ¿Era cómplice? ¿Fue capaz de traicionarme? Seguro que me engaño y ella sabía todo y desde un principio debe haberlo hecho con muchos hombres para que caigan condenados y el verdugo los ejecute como lo van a hacer conmigo… Pero no me queda más desafío que enfrentar la muerte.


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