La monotonía de mis días
Llegué a la capital desde La Pampa porque allá no me quedaba nada ni nadie. Alquilé la pensión y al principio no fue fácil. Algo me vieron para elegirme para este trabajo. Quizás notaron mi fanatismo por las películas porque de tanto en tanto lanzo una referencia cinematográfica. Pusieron cebo en las dos salas que se encuentran a mi cargo. No he visto ratas por acá, pero parece que alguien corrió el rumor y el dueño bajó la orden. El cebo sigue intacto desde hace días. El muchacho de la empresa encargada de desratizar dijo que una vez que la rata reina lo come, demora diez días en morir, así las otras van picoteando con confianza en el interín y, por consiguiente, también mueren más tarde. Mi vida va transcurriendo acá, en este viejo cine, y parece que se me escapa. Ya sin familia ni amigos, es dura. Necesito imperiosamente un amigo. Es un poco tedioso desenvolverme en esta realidad llena de sombras, las nocturnas, las diurnas, las de la sala cuando se proyecta una película. En eso